Le dijo Jesus: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (Juan 11:25)

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¿Cómo debemos tratar la duda?

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Mateo 28.16-17
16Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. 17Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.

Juan 20.24-25
24Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.

Juan 11.14-16
14Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; 15y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él. 16Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él.

Juan 14.4-6
4Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. 5Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.

Juan 20.26-31
26Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
30Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.

 

CÓMO DEBEMOS TRATAR LA DUDA
Juan 20.24-31

 

1. La duda provoca más dudas: es progresiva
2. La duda nos debe llevar a la búsqueda de Cristo y Su Palabra
3. La duda, si es sincera, se satisface con la evidencia
4. La duda, una vez satisfecha, nos debe llevar a la adoración

Principio socrático: seguir la evidencia a donde quiera que lleve.

Tomás, en hebreo y arameo mellizo.

Fue uno de los siete pescadores que vieron al Resucitado a orillas del lago de Galilea (Jn 21:2).

Todos fueron lentos para creer. Lo que distingue a Tomás de los otros diez no fue que su duda fuera mayor, sino que su dolor fue mayor. Nadie podía sentir lo que Tomás sentía a menos que amara a Jesús como Tomás lo amaba. Por eso Jesús fue tierno con él. La prueba de su amor es la profundidad de su desesperación.

Pero luego hizo la más grande afirmación jamás salida de labios de los apóstoles. Y en ese momento fue transformado en un gran evangelista (llegó a la India). Aun hoy existe un pequeño cerro cerca del aeropuerto en Chennai (Madrás), India, donde se dice que Tomás fue sepultado.

Tomás también era conocido como Dídimo. La palabra significa “gemelo,” pero no sabemos nada acerca del hermano o hermana que fue su gemelo. Fue un nativo de Galilea y pescador de profesión. Las pocas referencias bíblicas que lo señalan de entre los Doce con especial atención parecen indicar que fue un cuestionador o un escéptico. Hasta el día de hoy, es conocido como “Tomás el incrédulo.”

Juan apunta que cuando Jesús, a pesar del inminente peligro en manos de los judíos hostiles, declaró su intención de ir a Betania a ayudar a Lázaro, sólo Tomás se opuso a los otros discípulos que intentaban disuadirlo, y protestó: “Vamos nosotros también y moriremos con Jesús” (Juan 11:16). ¿Era coraje o un pesimismo fatalista? Tal vez, de una manera extraña, era ambas cosas.

En la víspera de la Pasión, Tomás le planteó a Jesús: “No tenemos ni idea de adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” (Juan 14:5). En esta pregunta, reveló una insensibilidad por lo que Jesús había enseñado que provenía de una falta de voluntad para creer.

Después de la Crucifixión, Tomás no estuvo presente cuando el Cristo resucitado se les apareció a los discípulos por primera vez. Cuando llegó, al escuchar sobre la Resurrección, se mostró terco en su incredulidad. Dijo Tomás: “No lo creeré a menos que vea las heridas de los clavos” (Juan 20:25).

Es una paradoja que a pesar de no creer en la resurrección, Tomás se quedó con los otros apóstoles ocho días más, hasta Jesús apareció de repente en medio de ellos. Dirigiéndose a Tomás, Jesús lo invitó a acercarse y examinar sus heridas y a “no se[r] incrédulo. ¡Cree!”

Con lo cual, Tomás se postró y pronunció la expresión: “¡Mi Señor y mi Dios!” Fue reprendido por Jesús por su previa incredulidad: “Tú crees porque me has visto, benditos los que creen sin verme” (Juan 20:24–29).

Tomás era un hombre que luchaba contra sus dudas y que estaba dispuesto a abandonarlas cuando podía hacerlo.

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