Le dijo Jesus: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (Juan 11:25)

Radio VIDA

Dando testimonio en forma espontánea

Lucas 2 : 8-21

 

Los pastores, conmovidos por la visitación celestial que habían recibido, salieron «a toda prisa» para verificar la palabra que les había hablado el mensajero celestial. Dejando las ovejas fueron a Belén y encontraron al niño envuelto en pañales, tal como se les había anunciado. «Y cuando lo vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores» (17–18).

Qué interesante la reacción de los pastores al llegar al pesebre, ¿verdad? ¡Los eventos extraordinarios de la noche no se prestaban para que guardaran silencio! Comenzaron a contar a todos los que estaban con ellos lo que habían vivido en el campo, y la gente quedaba maravillada del relato que compartían.

Resulta provechoso tomar nota de que los pastores ya no seguían siendo los mismos hombres que habían sido cuando comenzó aquella noche. La formación que poseían era precaria, y probablemente sus inclinaciones espirituales eran bastante escasas. Nadie los había capacitado para la tarea de divulgar las buenas nuevas que habían escuchado, ni los habían instruido en el método indicado para captar la atención de la gente antes de dar su mensaje. No organizaron una reunión, ni buscaron a otros con más conocimiento para que se encargaran de divulgar la noticia. Con el entusiasmo lógico de quienes habían sido testigos de una increíble visión, simplemente comenzaron a hablar de lo que habían vivido. No les faltaba pasión ni fervor, porque aún conservaban el asombro de haber sido visitados por el Señor.

La respuesta de los pastores es la forma en que comienza todo movimiento misionero impulsado por el Señor. Los principales protagonistas en esta empresa comparten las buenas nuevas en forma completamente natural y espontánea. No necesitan que nadie los presione para «salir» a compartir con otros, ni tampoco requieren charlas motivadoras para emprender la tarea evangelizadora. La realizan porque existe en ellos un estado de ebullición que no los deja tranquilos, exigiendo la atención de todos los que estén dispuestos a escuchar. De esta forma se extiende el Reino. No debería existir la necesidad de organizar en las iglesias, reuniones para evangelizar a otros. Más bien, los miembros del Cuerpo, poseídos de una pasión y un entusiasmo inusual, deben buscar hablar de los hechos asombrosos de Dios en la vida de ellos, a cuantos se les crucen por el camino.

En este detalle encontramos el elemento clave del impacto evangelizador de una vida sobre otra: aquellos que comparten las buenas nuevas están experimentando a diario, en sus vidas personales, una aventura apasionante con el Señor. Nada logra semejante impacto sobre la vida de otros como hablar de una experiencia que es real y vital en nuestras propias vidas. Cuando intentamos suplir este testimonio con argumentos intelectuales que defienden la existencia de Dios, nuestra eficacia como evangelistas decae en forma dramática. Compartir a Cristo con otros es un llamado a vivirlo intensamente en nuestras propias vidas.

Christopher Shaw, “Dios en Sandalias”.

 
 

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